Los Bonaparte: una dinastía maldita
La familia Bonaparte alcanzó la gloria imperial, pero terminó envuelta en derrotas, exilios y muertes prematuras. Su historia parece escrita como una tragedia, en la que el poder y la ambición se transformaron en soledad y fracaso.
Napoleón I Bonaparte: el emperador prisionero de su ambición

Napoleón Bonaparte, el más célebre de todos, conquistó gran parte de Europa y levantó un imperio que parecía invencible. Sin embargo, tras su derrota en Waterloo en 1815, fue enviado al exilio en la remota isla de Santa Elena. Antes había abdicado en el hijo que tuvo con su segunda esposa, María Luisa de Austria: un niño de apenas cuatro años, al que adoraba y que no volvería a ver.
En Santa Elena pasó seis años bajo estricta vigilancia británica. Aislado del mundo, nunca pudo volver a Francia. Murió en 1821, debilitado por la enfermedad y la nostalgia, rodeado apenas por un pequeño grupo de leales, ya que ningún miembro de su familia lo acompañó. Prisionero de su propia ambición, moría añorando a su primera esposa, Josefina, a la que había repudiado, y a un hijo que ni siquiera se dignó a escribirle unas líneas. Tenía 51 años.
Napoleón II: el rey que nunca reinó

El 20 de marzo de 1811 fue probablemente el día más feliz en la vida de Napoleón Bonaparte. Ese día la emperatriz María Luisa le dio el ansiado hijo varón, al que se otorgó automáticamente el título de Rey de Roma. Tras la derrota de Napoleón en Waterloo en 1815, y antes de partir al exilio, abdicó en su hijo en un desesperado intento por perpetuar su linaje.
Pero María Luisa tenía planes diferentes: regresó con su hijo a Viena, bajo la protección de su padre, el emperador Francisco I. Allí al niño le hicieron olvidar sus orígenes. Le llamaron príncipe Franz, le dieron el título de duque de Reichstadt y terminó considerando a los franceses como sus enemigos. Enfermo de tuberculosis y murió en Viena en 1832 con solo 21 años, siendo enterrado en la iglesia de los Capuchinos, lugar de descanso de los miembros de la familia imperial. Curiosamente, en 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, Adolf Hitler decidió trasladar su cuerpo a Francia y hoy descansa junto a su padre en Los Inválidos.
Napoleón III: el último emperador francés

Pasaron varias décadas hasta que otro Bonaparte volvió a sentarse en el trono imperial francés. Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del primero, logró restaurar el imperio en 1852 y gobernó Francia durante casi veinte años. Bajo su mandato, París se convirtió en la capital de Europa. Casado con la española Eugenia de Montijo, la pareja imperial fue la viva imagen del lujo y el glamour.
Su felicidad fue completa en 1856, cuando nació un heredero: el príncipe Luis Napoleón. Pero su ambición de gloria militar lo llevó a la Guerra Franco-Prusiana, donde sufrió una humillante derrota en Sedán en 1870. Capturado y obligado a abdicar, pasó sus últimos años en el exilio en Inglaterra. Murió en 1873, derrotado, enfermo y alejado de la patria que había gobernado.
Eugenio Luis Napoleón: el príncipe caído en África

El único hijo de Napoleón III y de la española Eugenia de Montijo tampoco tuvo mejor suerte que sus antecesores. Vivió en el exilio desde los catorce años. Tras la muerte de su padre, su madre luchó y conspiró incansablemente para restaurar a su hijo en el trono; de hecho, los legitimistas le llamaron Napoleón III, pero los sueños de grandeza se truncaron pronto.
El joven se alistó con las tropas británicas para luchar en África contra los zulúes, probablemente en un intento de demostrar su valor y presentarse como un digno sucesor de su padre y de su tío abuelo. Cuando estaba patrullando con un grupo de soldados, fue emboscado por un grupo de zulúes, en la retirada se cayó del caballo y fue rematado a machetazos.
El legado de gloria y tragedia de los Bonaparte
La historia de la familia Bonaparte muestra cómo la ambición imperial pudo traer tanto esplendor como tragedia. Los cuatro compartieron un final marcado por el fracaso, el exilio y la muerte temprana, lejos de la grandeza que alguna vez soñaron. Los Bonaparte soñaron con imperios eternos, pero su herencia fue la derrota, el exilio y la tragedia. Su apellido sigue brillando en la historia, aunque más por su drama que por su gloria.
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