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Curiosidades, misterios y enigmas

Alarico I: el rey visigodo que hizo temblar a Roma

Alarico I, el primer rey visigodo, es recordado por dos episodios que marcaron la historia antigua: el saqueo de Roma y el enigma de su tumba. Antes de adentrarnos en ellos, conviene conocer un poco mejor a este personaje que, con sus decisiones, alteró para siempre el rumbo del Imperio romano.

¿Quién fue Alarico?

Nacido hacia el año 370, Alarico ya creció en la fe arriana, una rama del cristianismo. A pesar de su origen godo, en su juventud sirvió en el ejército romano como comandante e incluso defendió la ciudad de Roma contra los hunos. Sin embargo, la tensión entre romanos y visigodos —alimentada por promesas incumplidas y agravios constantes— lo empujó a ponerse al frente de su pueblo contra sus antiguos aliados. Su propósito no era destruir Roma, sino obtener para los visigodos tierras seguras y reconocimiento dentro del orden imperial. Pero la historia rara vez sigue los planes de los hombres, y las cosas pronto se le escaparon de las manos.

El saqueo de Roma

El 24 de agosto del año 410 d. C., tras años de asedios y negociaciones fallidas, Alarico irrumpió con sus tropas en la ciudad eterna. Roma no había sufrido un saqueo en casi ocho siglos, y el impacto fue descomunal: el mundo mediterráneo asistía atónito a la vulnerabilidad de un imperio que durante siglos había parecido invencible.

El día que Alarico saqueó Roma

El saqueo se prolongó durante tres días. No hubo una destrucción masiva ni una matanza indiscriminada; pero sí un expolio monumental. Oro, joyas y riquezas cambiaron de manos, y numerosos romanos fueron hechos prisioneros. Entre ellos se encontraba Gala Placidia, hermana del emperador Honorio, una mujer destinada a desempeñar un papel decisivo en el futuro del Imperio y que bien merece un capítulo aparte en la historia.

Sin embargo, Alarico apenas pudo saborear su triunfo. Ese mismo año, cuando Roma aún no se había repuesto del estupor, el rey visigodo murió en Calabria, en el sur de Italia. No cayó en combate ni a manos de un enemigo, sino víctima de unas fiebres. El destino, caprichoso, le negó la gloria de una muerte heroica en el campo de batalla. Pero su fallecimiento dio origen a una de las leyendas funerarias más fascinantes de la Antigüedad.

El misterio de la tumba de Alarico

Con la muerte de su caudillo, los guerreros visigodos se enfrentaron a un dilema: ¿cómo dar sepultura a aquel que había guiado sus pasos y hecho tambalearse a Roma? Una tumba cualquiera no bastaba, y exponer su descanso a la profanación de los enemigos era impensable.

Las crónicas narran que los visigodos desviaron el cauce del río Busento y obligaron a prisioneros romanos a excavar en su lecho una sepultura secreta. Allí, bajo el fluir de las aguas, depositaron el cuerpo del rey junto a tesoros incalculables: oro, armas y botines arrancados del corazón de Roma. Cuando el río retomó su curso, la tumba quedó sellada para siempre. Para borrar todo rastro del lugar, los prisioneros fueron ejecutados, convirtiendo el secreto en un misterio eterno.

La misteriosa tumba de Alarico bajo las aguas del río Busento

¿Descansa aún Alarico bajo las aguas del Busento, rodeado de riquezas? ¿O fue trasladado a algún escondite aún más secreto, lejos de los ojos de sus enemigos? Nadie lo sabe. Durante siglos, arqueólogos, aventureros y cazadores de tesoros han soñado con encontrar su tumba, pero el río, guardián implacable, nunca ha revelado su secreto.

Un legado de Alarico en España

La muerte de Alarico no supuso un final, sino el inicio de una leyenda que todavía intriga a la historia. Fue el rey que osó conquistar Roma y cuyo descanso eterno quizá permanezca oculto bajo un río del sur de Italia. Su nombre se une al de otros grandes personajes cuyas tumbas aún se buscan: Alejandro Magno, Cleopatra, Marco Antonio o Gengis Kan.

Más allá del mito de su tumba, Alarico dejó sembrada una semilla que germinaría con el tiempo: la del reino visigodo en Hispania. Décadas después de su muerte, sus sucesores establecerían en la península una monarquía que marcaría profundamente la historia de España, dejando tras de sí leyes, instituciones y una huella cultural que perduraría incluso tras la llegada de los árabes. Así, la figura de Alarico no solo representa el ocaso de Roma, sino también el origen de una nueva etapa en la historia peninsular.

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